Componentes de la expedición: Antonio, Mariví,
Elisa, Nicole, José L. Anta, C. Felipe, Julio, la perra Blaky
En una fresca mañana primaveral, “colgados” por
algunos habituales componentes del grupo,
unos porque, en esta ocasión, optaron
por actividades etnológico-culinarias más placenteras y sedentarias, otros
porque estaban convalecientes, otras
porque tenían asuntos familiares ineludibles….En resumen, que solamente siete componentes del club “el Faro” nos dispusimos a ascender a Peña
Valdorria (1926 metros ), pero no
siguiendo la ruta tradicional desde el pueblo de Valdorrria, sino subiendo
desde Nocedo. Menos mal que la incorporación de Yaky, la perra de Mariví y Antonio, una
cachorrilla de radiante color azabache,
alegre, cariñosa, vivaracha, compensó el escuálido tropel.
Aparcados los
coches en la localidad de Nocedo de
Curueño, emprendimos la marcha a las 9,45 h. Después de caminar unos 300 m . por la carretera, en
dirección a Vegarada, resguardándonos del relente mañanero que corría por las
hoces, giramos a la izquierda e
iniciamos la subida por un camino carretero. Jóvenes robles
vestidos de verde primavera lo flanqueaban y nos
ocultaban de los tibios rayos del sol
que, en la altura, aún jugueteaba con las nubes color ceniza.
El camino era
cómodo pero empinado. El enérgico
ritmo que Julio y José L. imprimieron al ascenso pronto calentó nuestros agarrotados
músculos y empezaron a sobrar las cazadoras
azul cielo, los jerseys y chalecos negro carbón, los largos pantalones de
montaña…, prendas que, progresivamente,
fuimos abandonando.
Después de
transitar unos 2 Km .
por el camino que, pronto, se transformó
en un estrecho sendero sembrado de desperdigadas rocas, llegamos a un
amplio valle que tapizado por una tupida alfombra verde nos condujo a las
faldas de la collada Bucioso.
Tras un breve receso para tomar fuerzas, emprendimos
la ascensión a la collada, trepando por
las desnudas rocas y animados por la
inquieta Yaky que, con su constante
ascender y descender, afeaba
nuestra cachaza.
El primer esfuerzo nos llevó al primero de los picos
de la peña Valdorria. Desde allí pudimos contemplar el majestuoso Bodón , el picudo Correcillas, la chaparra Peña Galicia…, y los rojizos tejados
de las diminutas casas del pueblo de Valdeteja, perdido en un coqueto y ovalado
valle.
Después de recrearnos con la magnífica panorámica, tocaba abordar el duro camino, crestear
heterogéneos picos hasta llegar a la cumbre de la peña Valdorria.
Como si nos
encontráramos con contiguos toboganes en
un colosal parque de atracciones, bajamos y subimos 5 picos de desnudas y calizas peñas, antes de alcanzar la cumbre de
Peña Valdorria. Admiramos el maravilloso paisaje y disfrutamos del tornadizo
día, ya que tan pronto brillaba el sol y caldeaba el ambiente, permitiéndonos
ir en mangas de camisa, como se ocultaba entre las plomizas nubes y descendía un
frío invernal que obligaba a abrigarse. Algunos nos abrigábamos, pero no al nivel de
un grupo de montañeros que en el camino tropezamos y que se quejaban del frío, aunque iban
equipados como nosotros íbamos el 4 de enero
en pleno temporal de nieve. ¡Menos mal que no vieron al fogoso Julio con
su camiseta sin mangas ¡
Después de los constantes “sube-baja y vuelta a subir”
divisamos la última y definitiva cumbre y, tras de un corto descanso, emprendimos
la subida por una estrecha, empinada y
pedregosa canal que nos condujo a la
cumbre.
Desde la impresionante balconada de la Peña Valdorria contemplamos, de
nuevo, : el Bodón, el pico Ancino, el
Correcillas, las altas cumbres del
Puerto de S. Isidro, los minúsculos, vistos desde la cumbre, pueblos de Valdorria, Nocedo, Montuerto, La Vecilla …, diseminados por
los frondosos valles , la imperceptible
ermita de S. Froilán encaramada en la roca , el valle de Valdecésar….
Eran las 2 de la tarde y teníamos que afrontar el descenso. Tomando la dirección
Sureste , empezamos el descenso por una pindia, pedregosa y larga bajada que, en una hora, nos llevó a enlazar
con la carretera que une Nocedo y Valdorria.
Ya en el pueblo, nos topamos con inesperadas
compañeras: Cloti que, en esta ocasión, había decidido hacer de mamá y
abastecer al grupo de un especial avituallamiento, y Elena y la pequeña Irene que habían ido en busca de
su adorado José L.
Era la hora de comer, nos arrimamos al bar. Como la tarde estaba preciosa, el calor del
sol apetecía y había terraza en el
establecimiento, decidimos comer fuera. Esta decisión favoreció que Yaky,
invitada de excepción y, por las dotes despegadas en la jornada, futura y fiel
compañera de escapadas, pudiese acompañarnos a la mesa.
La comida estuvo animada, aunque hay que decir que las viandas no fueron ni buenas ni
abundantes. Unas tristes e insuficientes
patatas con exiguas costillas, unos filetes de lomo desangelados y unos
desconsolados huevos fritos sin guarnición fue todo lo que nos ofrecieron. Por
no mencionar el postre, tortilla de flan de huevo, poco batido,
adornada con gelatina dulce. Menos mal que el sabroso y esponjoso bizcocho, con refrescante sabor a
naranja, que aportó Cloti, nos hizo
olvidar el desaguisado.
Para completar el día, a las 5 de la tarde iniciamos
la subida a la ermita de San Froilán. Así, Irene pudo exhibir sus dotes de escaladora, Nicole pudo conocerla y Antonio pudo cumplir su
promesa de subirla de rodillas, (hay
documento gráfico por si algún desconfiado no se lo cree), para agradecer su
jubilación.
Despidiéndonos de Cloti, Elena e Irene, al bajar de la
ermita, tomamos el desvío que nos condujo, por el escarpado e inclinado sendero, al arroyo de Valdecésar.
Siguiendo el
curso del rumoroso arroyo, atravesamos, en dirección a la cascada de Nocedo, el
“valle de Valdecésar” hechizados con el canto del agua, el trino primaveral de
los jubilosos pájaros y el siseo de las impúberes hojas de los robles y
abedules que pueblan el valle.
Las blancas flores del serbal, el verde manzana de los árboles, los refulgentes rayos del sol, que se filtraban
por entre las semidesnudas ramas, eran como las entretenidas imágenes de un
calidoscopio para nuestras dilatadas pupilas. Absortos en la contemplación del
primoroso paisaje, llegamos, sin apenas darnos cuenta, a
la parte superior de la “cascada de
Nocedo. Bajamos, con cuidado para evitar
el desprendimiento de las cantos rodados
sueltos, hacia la carretera de
Nocedo y, para finalizar la atractiva expedición
vespertina, visitamos la rizada y húmeda cabellera de la “cascada
de Nocedo”.
Antes de que el juguetón y reluciente astro se escondiese entre las
montañas, aprovechando su último rescoldo, degustamos, en una merienda-cena
improvisada, la deleitosa empanada y el resto del bizcocho que la eficiente
cocinera Cloti, amablemente, nos ofreció.¡Gracias
Cloti¡
Fatigados
por el esfuerzo realizado y con ganas de imitar
a Yaky que, agotada y mimosona, se durmió en el regazo de Marivi,
regresamos a casa.
¡Os esperamos a todos/as, sin disculpas, en la próxima
del día 14¡
C. Felipe
¡¡¡¡¡esta crónica no es lo mismo, sin la foto de Antonio subiendo de rodillas al santuario de San Froilán!!!!!
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