martes, 27 de mayo de 2014

RUTA 16 EL PICO CUETO ANCINO Fecha: 17-05-2014




Componentes de la expedición: Antonio, Mariví,  Elisa, M. Ángel, Cristina, C. Felipe, Julio


            A las 9,30 h. de una soleada, aunque fresca, mañana primaveral, siete arriesgados componentes del club de alta montaña “el Faro” nos dispusimos a ascender el  Cueto Ancino ( 1729 metros ), también conocido como el Huevo de Nocedo o como el "pequeño K2 Leonés". El viajero que bordea el río Curueño  lo distingue perfectamente porque se asienta solitario, cerca de Nocedo, como si fuese  el cancerbero de las hoces.

Dejamos los coches en la localidad de Nocedo de Curueño y después de caminar unos 300 m. por la carretera, en dirección a Vegarada, protegiéndonos del fresco relente mañanero que enfilaba por las hoces, atravesamos, a la derecha, un puente que cruza el rumoroso río y que nos llevó a  un solitario camino, flanqueado por  arbustos de albas flores  y un cantarín arroyuelo. Al principio era más o menos llano, pero pronto empezó a empinarse.


Los radiantes rayos del sol y el brío de los pasos iban calentando nuestros entumecidos músculos y pronto empezaron a sobrar las primeras prendas de abrigo de las que cautelosamente  nos fuimos despojando.



Después de  transitar unos 2 Km. por el camino,  torcimos  a la izquierda  y por una canal, alfombrada de reseca hierba y pequeños matorrales, al principio, aunque luego abrupta  y  pedregosa,  iniciamos la subida.


En el umbral, no había señalización,  por lo que Antonio y Mariví buscaban una subida más cómoda y diferente a la que ellos ya habían hecho.  Así que, zigzagueando, fuimos cogiendo altura y  hacia la mitad de la canal encontramos los  primeros y esporádicos hitos de señalización que intentamos seguir.



La  pendiente se empinó   y  las primeras gotas de rocío principiaron  a surcar nuestras frentes a consecuencia de las punzadas dadas por los rayos del sol primaveral.

 Poco a poco, en fila india,  fuimos trepando por la  dura pedrera, reponiéndonos de los resbalones  y esquivando los pequeños cantos que, improvisadamente, comenzaban a  crujir al entrechocarse  en una alocada caída.




De repente,  se escuchó la pujante voz de M. Ángel:

- ¡Cuidado, cuidado¡ piedra va…..

Cuando miré para arriba, vi volar, por encima de mi cabeza, 50 Kg de roca que, en la precipitada bajada, saltaba sin control y se perdía pendiente abajo, acompañada de un bronco estruendo.

Entre el quebradizo eco, se oyó el confidencial comentario que hizo Antonio:

- M. Ángel, ¿acaso tú quieres abrir la caza de los viejos sindicalistas?

Y  sin dar tiempo a M. Ángel a contestar, contraatacó la meliflua voz de Elisa:

- ¡No pensaba yo que las viejas discrepancias coyantinas fueran tan sombrías!

M. Ángel, con el semblante sonrojado, se excusaba y filosofaba:

-¡Ay vida, vida….., inestable y transitoria como la vacilante piedra que, en el precipicio, aguarda un liviano traspiés para desaparecer…¡ 


Felipe, mientras tanto, taciturno, pensaba:

-¡En estas circunstancias, cuán necesario es el tieso casco en vez de  la arrugada visera…..¡ porque esto es la guerra…….

Cuando alcanzamos un pequeño collado, entre el Cueto Ancino y el Alto de la Campayagua, echamos un vistazo atrás, evaluamos el formidable esfuerzo que acabábamos de realizar subiendo la pindia canal y  nos tomamos unos minutos de respiro porque aún debíamos alcanzar la cima.



           Descendiendo un poco y rodeando la cresta, atravesando zonas de hierba y canchales, iniciamos la subida a la cumbre, por  la derecha del collado.


Ascensión difícil. Después de superar una sombreada, húmeda y   estrecha zona de hierba que hay entre la desnuda y clara peña y el vertiginoso precipicio, nos encontramos con  una canaleta angosta que, gracias a los  escalones tallados en el terreno y  a los buenos agarres que exhibían  las rocas,  pudimos subir.

         Ya en la cima, con el día totalmente despejado y con el sol mimando nuestros rostros pudimos distinguir: el Bodón de Cármenes y el de Tolibia, La sierra de Mampodre, Peña Santa, Peñacorada, el Espigüete y los valles y algunos pueblos aledaños al Curueño.





            Después de las habituales fotos en la cumbre y del acostumbrado tentempié para reponer fuerzas,  emprendimos el camino de retorno a las 12,30h.  Hicimos el descenso, algunos con los bastones en la mochila para poder agarrarnos mejor a las peñas, por la misma estrecha canal que habíamos escalado, agarrados a las rocas y con sumo cuidado para evitar desafortunados tropiezos.




 Viendo el empinado  canchal que aparecía por la mano izquierda, Antonio arrojó, esta vez con toda la intención pero sin peligro para nadie, una gruesa roca para demostrar a M. Ángel que no llevábamos suficientes tiritas para rehacer el desastre que la  asesina roca de la subida pudo haber causado. M. Ángel no se dio por aludido y todo lo achacaba a la inestabilidad de las rocas y a sus precipitadas zancadas.


         Cresteando por la peña,  admirando las tiernas y verde túnicas de las hayas que,  por el flanco izquierdo,  conducían  hacia el valle, llegamos  al Alto de Campayagua.
        



Después de una rápida  y panorámica mirada, decidimos  alcanzar el valle a través de una pedregosa canal que bajamos rápidamente, pero con tiento para no precipitar los inestables peñascos.




Alcanzado el camino que también recorrimos a la subida, con el sol calentando nuestras espaldas, llegamos al cristalino y rápido Curueño.

Siguiendo una senda que lo surca por el lado izquierdo,  buscando  la sombra de los altos chopos, con el trino de los risueños pájaros y el perenne susurro del agua, logramos llegar, de nuevo, a Nocedo. 



Bebimos una refrescante cerveza en el bar del pueblo y, subiendo a los coches, nos dirigimos a la Venta del Aldeano, donde degustamos las ensaladas, los garbanzos, el arroz caldoso y las carnes a la brasa que, como viejos y habituales  clientes, nos ofreció.




Después de una amena y puntillosa sobremesa, fijamos la próxima salida para el día 31 a la Peña Valdorria y regresamos a León.


                                                                           C. Felipe

jueves, 22 de mayo de 2014

RUTA 15 EL YORDAS Fecha: 3-05-2014




Componentes de la expedición: Antonio, Mariví, Goyo, Elisa, M. Ángel, Ángel, Mª Eugenia, Mª Luisa, Pilar, C. Felipe, Julio, Ramón, Pío, Joaquín, Rosalía


          A las 9,30 h., con un sol primaveral resplandeciente y una temperatura ideal para caminar, iniciamos, en Liegos,  el cómodo y pisoteado camino que, en dirección sur, nos llevará al Valle de S. Pelayo


Después de 1 h. de camino, disfrutando del alegre verdor de los prados, de las tiernas hojas que empiezan a adornar los fornidos brazos de los diseminados chopos, de la clara y elevada peña  que en la lejanía, engalanada  con cenefas blancas nos esperaba, llegamos, girando hacia la izquierda, a un cantarín riachuelo que atravesamos y nos acercamos a la verja que tapona la senda que se adentra en  una formidable  masa boscosa.


 A las puertas del hayedo, con el grupo reunido, hacemos la foto de salida. Quince personas componen el grupo, los habituales de todas las salidas, una amiga de las Charlis, Pilar y cuatro compañeros que, desplazados desde la Augusta Astorga, hoy nos acompañan.


          Animosos e ilusionados, conducidos por Ramón, oriundo de la zona, que le dio, en esta ocasión, el relevo de guía a Antonio, atravesamos la verja y comenzamos la pindia ascensión por  el bosque “ La Tendeña”.

Caminando entre  hayas de nacientes hojas  que filtran los  tempranos rayos del sol, aislados y vetustos tejos con sus  raíces  desprotegidas y prominentes rocas,  revestidas por un  esponjoso manto verde oscuro, alcanzamos, al final de la subida, la apacible fuente “ La Tejal” en la que hicimos un ligero descanso.








Continuamos la ascensión por una amplia pista de tierra y, después de una pronunciada curva de herradura, siguiendo un estrecho sendero nos topamos con un farallón calizo que como si fuera un frontón nos hizo mirar hacia la izquierda y admirar las excelentes vistas de los Picos de Europa, Peña Santa…..  




Siguiendo la senda que discurre bajo esta roca, accedemos al Collado Bahulloso  y, caminando por alfombrada pradera, sorteando algunas peñas, llegamos a una campera que nos sirve de mirador y de área de descanso y  de frugal aperitivo antes de comenzar  la última subida a la cumbre considerada como el vigía de la montaña oriental leonesa.

         Después de reponer fuerzas, despacio pero sin pausa, abordamos la ascensión final. Los 300 últimos metros de subida no fueron los más duros que hemos realizado. La subida la facilitan  peñas dispersas y bien asentadas que sirven de peldaños. Progresivamente, contemplando las admirables vistas panorámicas del pantano, coronamos la cumbre.









       La vista panorámica, desde la cima que aún conserva algún helado y blanco nevero, es espectacular. Con el cielo azul completamente despejado, vislumbramos: El Macizo Central,  Peña Prieta, Peña Santa, El Espigüete, Pico Gilbo, Peña Corada , Peñas Pintas…..




Avistamos, en la lejanía, los pueblos de Liegos, Burón y el serpenteante camino que conduce hasta Riaño.



  Admiramos un heterogéneo colorido: el  azul claro del cielo  y el azul oscuro del agua del pantano, el  gris  de las rocas combinado con el  amarillo verdoso de los  bosques y el verde manzana de los prados tachonado por el tenue rojizo de los tejados….






Al rescoldo del sol primaveral, saboreamos el pan de Riaño, el chorizo de Horcadas, la tortilla y las pastas de Julio, el  queso y vino de Ángel….. hasta el pack de cervezas que Julio, con el esfuerzo  de un verdadero “serpa” había subido, para sorpresa de propios y extraños, hasta la cumbre. Ahora nos empezamos a explicar el porqué Julio iba hoy a la zaga en la subida, pero además descubrimos que, para compensar la subida  no realizada al Bodón de Cármenes, llevaba también en la ciclópea mochila dos enormes cantos que tiraban para atrás y dificultaban su ascensión, para colmo, él ni se había enterado… No fue el único que quiso hacer méritos este día,  también Miguel Ángel rompió la mochila, en el descenso,  a causa de las piedras que  en ella porteaba 


 ¡Qué mala leche tienen los bromistas¡

 Entre anécdotas, bromas, risas y saludos ya que, inesperadamente, Mª Luisa se encontró, en la hoy poblada cumbre, a zamoranos de  “pro”  de Stª Colomba de las Monjas, su amado pueblo, se pasó la hora y media de descanso y comenzó el descenso.

Un descenso que creo que fue más duro que la subida, sino que se lo pregunten a las Charlis, ya que bordeamos, bajando por realzados riscos y pedregales, toda la peña hasta alcanzar el valle donde plácidamente pastaba un grupo de cabras montés. Esta visión nos compensó del esfuerzo realizado.



           Después de la  sufrida bajada, caminamos por la  ladera engalanada de verde hierba hasta alcanzar, de nuevo, la pista de subida que seguimos un corto trecho. Luego, caminando por la sombra de las torcidas hayas, monte a través, para ahorrar tiempo, llegamos al camino que nos condujo, sin contratiempos, a Liegos.



          
         En Liegos, cambio de calzado, aseo en la fuente, despedida de los compañeros de la curia astorgana, relajadas cervezas en la taberna del pueblo y recompensa de 22 euros para Felipe, ganador de la última porra Atl. Madrid- Barça, con el resultado acertado de 1-0




         A las 6,30 h. de la tarde, con el fin de hacer tiempo para la merienda-cena, subimos  a los coches que nos dirigimos a Mansilla de las Mulas.

Recorrimos las empedradas calles, visitamos la antigua plaza  aderezada con apetitosos  soportales. Para finalizar la jornada, en la rústica posada de la “Albergueria” degustamos, por un módico precio, una sopa castellana, unos huevos fritos con jamón y  un vino de la tierra que nos reconfortaron  de los trabajos  sufridos.




         Emplazamiento para realizar una nueva salida el día el 17 de mayo. Despedida y…¡¡¡Felices sueños…¡¡¡¡



                                                                  C. Felipe