Componentes de la expedición: Antonio, Mariví,
Elisa, M. Ángel, Cristina, C. Felipe, Julio
A las 9,30 h. de una soleada, aunque fresca, mañana
primaveral, siete arriesgados componentes del club de alta montaña “el Faro” nos
dispusimos a ascender el Cueto Ancino ( 1729 metros ), también conocido
como el Huevo de Nocedo o como el "pequeño K2 Leonés". El viajero que
bordea el río Curueño lo distingue
perfectamente porque se asienta solitario, cerca de Nocedo, como si fuese el cancerbero de las hoces.
Dejamos los
coches en la localidad de Nocedo de
Curueño y después de caminar unos 300
m . por la carretera, en dirección a Vegarada,
protegiéndonos del fresco relente mañanero que enfilaba por las hoces, atravesamos,
a la derecha, un puente que cruza el rumoroso río y que nos llevó a un solitario camino, flanqueado por
arbustos de albas flores y un
cantarín arroyuelo. Al principio era más o menos llano, pero pronto empezó a
empinarse.
Los radiantes rayos del sol y el brío de los pasos iban calentando nuestros entumecidos músculos y pronto empezaron a sobrar las primeras prendas de abrigo de las que cautelosamente nos fuimos despojando.
Después de transitar unos2 Km .
por el camino, torcimos a la izquierda y por una canal, alfombrada de reseca hierba
y pequeños matorrales, al principio, aunque luego abrupta y
pedregosa, iniciamos la subida.
En el umbral, no había señalización, por lo que Antonio y Mariví buscaban una subida más cómoda y diferente a la que ellos ya habían hecho. Así que, zigzagueando, fuimos cogiendo altura y hacia la mitad de la canal encontramos los primeros y esporádicos hitos de señalización que intentamos seguir.
La pendiente se empinó y las primeras gotas de rocío principiaron a surcar nuestras frentes a consecuencia de las punzadas dadas por los rayos del sol primaveral.
Los radiantes rayos del sol y el brío de los pasos iban calentando nuestros entumecidos músculos y pronto empezaron a sobrar las primeras prendas de abrigo de las que cautelosamente nos fuimos despojando.
Después de transitar unos
En el umbral, no había señalización, por lo que Antonio y Mariví buscaban una subida más cómoda y diferente a la que ellos ya habían hecho. Así que, zigzagueando, fuimos cogiendo altura y hacia la mitad de la canal encontramos los primeros y esporádicos hitos de señalización que intentamos seguir.
La pendiente se empinó y las primeras gotas de rocío principiaron a surcar nuestras frentes a consecuencia de las punzadas dadas por los rayos del sol primaveral.
Poco a poco, en
fila india, fuimos trepando por la dura pedrera, reponiéndonos de los resbalones y esquivando los pequeños cantos que, improvisadamente,
comenzaban a crujir al entrechocarse en una alocada caída.
- ¡Cuidado,
cuidado¡ piedra va…..
Cuando miré para arriba, vi volar, por encima de mi
cabeza, 50 Kg
de roca que, en la precipitada bajada, saltaba sin control y se perdía
pendiente abajo, acompañada de un bronco estruendo.
Entre
el quebradizo eco, se oyó el confidencial comentario que hizo Antonio:
- M. Ángel, ¿acaso tú quieres abrir la caza de los viejos sindicalistas?
Y sin dar tiempo a M. Ángel a contestar, contraatacó la meliflua voz de Elisa:
- ¡No
pensaba yo que las viejas discrepancias coyantinas fueran tan sombrías!
M.
Ángel, con el semblante sonrojado, se excusaba y filosofaba:
-¡Ay
vida, vida….., inestable y transitoria como la vacilante piedra que, en el precipicio, aguarda un liviano
traspiés para desaparecer…¡
Felipe, mientras tanto, taciturno, pensaba:
Felipe, mientras tanto, taciturno, pensaba:
-¡En
estas circunstancias, cuán necesario es el tieso casco en vez de la arrugada visera…..¡ porque esto es la
guerra…….
Cuando alcanzamos un pequeño collado, entre el Cueto
Ancino y el Alto de la
Campayagua , echamos un vistazo atrás, evaluamos el formidable
esfuerzo que acabábamos de realizar subiendo la pindia canal y nos tomamos unos minutos de respiro porque
aún debíamos alcanzar la cima.
Descendiendo un poco y rodeando la cresta, atravesando
zonas de hierba y canchales, iniciamos la subida a la cumbre, por la derecha del collado.
Ascensión difícil. Después de superar una sombreada, húmeda y estrecha zona de hierba que hay entre la desnuda y clara peña y el vertiginoso precipicio, nos encontramos con una canaleta angosta que, gracias a los escalones tallados en el terreno y a los buenos agarres que exhibían las rocas, pudimos subir.
Ya en la cima, con el día totalmente
despejado y con el sol mimando nuestros rostros pudimos distinguir: el Bodón de
Cármenes y el de Tolibia, La sierra de Mampodre, Peña Santa, Peñacorada, el
Espigüete y los valles y algunos pueblos aledaños al Curueño.
Después de las habituales fotos en la cumbre y del
acostumbrado tentempié para reponer fuerzas,
emprendimos el camino de retorno a las 12,30h. Hicimos el descenso, algunos con los bastones
en la mochila para poder agarrarnos mejor a las peñas, por la misma estrecha
canal que habíamos escalado, agarrados a las rocas y con sumo cuidado para
evitar desafortunados tropiezos.
Viendo el
empinado canchal que aparecía por la
mano izquierda, Antonio arrojó, esta vez con toda la intención pero sin peligro
para nadie, una gruesa roca para demostrar a M. Ángel que no llevábamos
suficientes tiritas para rehacer el desastre que la asesina roca de la subida pudo haber causado. M. Ángel
no se dio por aludido y todo lo achacaba a la inestabilidad de las rocas y a
sus precipitadas zancadas.
Cresteando por la peña, admirando las tiernas y verde túnicas de las
hayas que, por el flanco izquierdo, conducían
hacia el valle, llegamos al Alto
de Campayagua.
Después de una rápida
y panorámica mirada, decidimos
alcanzar el valle a través de una pedregosa canal que bajamos rápidamente,
pero con tiento para no precipitar los inestables peñascos.
Alcanzado el camino que también recorrimos a la subida, con el sol calentando nuestras espaldas, llegamos al cristalino y rápido Curueño.
Alcanzado el camino que también recorrimos a la subida, con el sol calentando nuestras espaldas, llegamos al cristalino y rápido Curueño.
Siguiendo una senda que lo surca por el lado
izquierdo, buscando la sombra de los altos chopos, con el trino de
los risueños pájaros y el perenne susurro del agua, logramos llegar, de nuevo,
a Nocedo.
Bebimos una refrescante cerveza en el bar del pueblo
y, subiendo a los coches, nos dirigimos a la Venta del Aldeano, donde degustamos las
ensaladas, los garbanzos, el arroz caldoso y las carnes a la brasa que, como
viejos y habituales clientes, nos
ofreció.
Después de una amena y puntillosa sobremesa, fijamos
la próxima salida para el día 31
a la Peña Valdorria
y regresamos a León.
C.
Felipe