Componentes de la expedición: Antonio, Mariví, Goyo, Elisa, M. Ángel, Ángel, C.
Felipe, Cloti.
Después de llegar al pueblo de Canseco a las 9 de la
mañana, con el cielo totalmente cubierto y el suelo resbaladizo, nos dimos
cuenta que, intentar realizar la subida al Bodón de Cármenes en aquellas
condiciones y con las nefastas previsiones meteorológicas, era un desatino. Así
que, nuestro guía Antonio decidió hacer la ruta alternativa, que siempre lleva
de reserva en su mochila, y que en esta ocasión, tuvimos suerte, era una ruta
de senderismo bordeando la montaña de las “hoces de Vegacervera.
Aproximadamente a las 10 de la mañana, con
el cielo completamente plomizo, iniciamos, a la salida del pueblo de Vegacervera,
el recorrido por un pequeño camino que, algo oculto entre las hierbas otoñales
y salpicado de pequeñas y ocasionales manchas blancas, nos subiría hasta
Valporquero.
Al principio la marcha era muy cómoda,
pero según nos fuimos acercando a los primeros robles desnudos, el camino se
fue empinando y tuvimos que comenzar a realizar el primer esfuerzo para subir
las constantes cuestas con las que nos encontrábamos.
Sorteando los constantes zig-zags que el
camino va dando, nos encontramos en los montes llamados de "Los sierros
negros", que destacaban por su color oscuro que contrastaba con las
claras calizas que más arriba nos esperaban.
En la subida
hacia la collada que separa Vegacervera y Coladilla de Valporquero, entre la
bruma, tuvimos una ligera visión del valle y del mítico Correcillas, que
desde el Este, nos saludaba.
Cuando acabó el bosque, apareció una hermosa campera
que conservaba inmaculadas manchas blancas de la tempranera nieve caída.
Caminando por el silencioso valle, empequeñecidos por
la sombra de los claros peñascos que nos
escoltaban, un ensordecedor ruido, que se iba acercando progresivamente, nos
perturbó. Cuando volvimos la vista atrás, comprobamos que una bandada de
ruidosos y enloquecidos quads se abalanzaba sobre nosotros mancillando el
idílico paisaje, el solitario camino y el anhelado silencio. Elisa, en un ataque
de rabia, propuso cortarles el paso y se negaba a apartarse de su camino,
finalmente cedió, a su pesar, y dejó que la insensible civilización se alejase,
de nuevo, de nuestra vista.
Atravesamos un vallado que delimitaba a los pueblos y, al poco rato, divisamos, al fondo a la derecha, al pueblo de Valporquero.
También observamos, mientras hacíamos un pequeño
receso para comer el aperitivo y hacer una batalla de bolas de nieve, el largo
y alto valle que asciende hasta la collada Formigoso.
Desde la altura contemplamos las famosas cuevas,
quizás las más singulares e importantes del norte de España, y vimos, en la
explanada de la entrada, a los autocares que habían acercado a los escolares y
turistas hasta allí.
En lugar de bajar al pueblo, torcimos a la derecha y,
después sortear unos escarpados peñascos, nos adentramos en un magnífico hayedo
que va por encima de las cuevas. Las hayas,
despojadas de sus frondosas y verdes hojas primaverales, nos recibieron adornadas con
recogidos y suaves tules verdes que recubrían la desnudez de sus gruesos
troncos.
Con el suelo, unas veces, pavimentado de un esponjoso manto blanco, otras veces, alfombrado de una porosa alfombra ocre, dirigimos nuestro entretenido y progresivo caminar, hacia la lóbrega cueva de la desembocadura del río que atraviesa las cuevas y donde llegan los arriesgados e intrépidos excursionistas que se atreven, acompañados de guías, a surcarlo.
Asombrados de
la belleza, de la suave temperatura y el encanto del lugar, tanto que Ángel
propuso instalar allí las tiendas, emprendimos la empinada subida que, de
nuevo, nos condujo a la senda otoñal que nos llevó a Felmín.
Admiramos las verticales paredes que se clavan en las
nubes, el diáfano y sonoro río que, cual ágil serpiente, va zigzagueando entre
curva y curva, y deslizándose entre profundos pozos y raudas corrientes donde moran la trucha y la nutria. Contemplamos “el Calero” y el “pozo del infierno” y observamos los detalles que cuando
pasamos en coche, sin duda alguna, nos pasan desapercibidos.
Con paso ágil, rechazando el cómodo retorno en coche que nos ofrecía Luís Felipe, arribamos, de nuevo, en Vegacervera a las 15 horas.
Después de refrescar con una merecida cerveza, nos
sentamos a disfrutar de la buena y abundante comida del restaurante “La Cocinona ” en compañía de
Luís Felipe, al que agradecimos su
afable compañía.
Café de despedida en San Feliz del Torío y
preparación de la próxima salida.
¡Que el tiempo nos acompañe¡
C.
Felipe