Componentes de la expedición: Antonio, Mariví, Goyo, Elisa, M. Ángel, Julio, Ana,
Cristina, Mª Eugenia, Clotilde, C.
Felipe, Elena, Jose Mª, el perro “H”
Con el relente de la mañana otoñal refrescando nuestros rostros y los tibios rayos del sol
reverberando en la cresta de los cerros, iniciamos la senda para abordar la
subida al mítico Bodón que, cada mañana,
saluda a nuestra amiga Ana (Anabel para los lugareños), cuando se encuentra en
la rústica y bella casa de Tolibia.
Dejando los coches en un camino que va hacia el cementerio de Llamazares, a
mano izquierda de la carretera, cruzando el río Labias, comenzamos nuestra marcha.
El camino, bordeado de pinos y urces, tiene una suave pendiente que va calentado
nuestros entumecidos músculos y nos va acercando a la falda de la sierra de Bodón, que por este lado se encuentra adornada
por un verde hayedo.
Ascendemos por el hayedo. Las hojas verde manzana
filtran los rayos del sol y el suelo, tapizado de un húmedo manto acre terroso que forman las hojas tempranamente caídas, amortigua
nuestras aún firmes pisadas. Las imperceptibles conversaciones y los primeros
jadeos nos sacan de la sombra y nos conducen
a sendero que, serpenteando por
entre peñas, canchales y, a veces, reseca hierba, asciende hacia la collada de la Cuevona , que lejana se
divisa.
La subida, pesada y sufrida, va
provocando los primeros abandonos, escalonando al grupo y dejando
maravillosas vistas.
Llegamos, gradualmente, a la Cuevona de las horas, llamada así
porque indica las horas del día mediante los rayos solares que se cuelan por un
agujero que existe en su interior, y que, parece ser, es visible perfectamente
desde Lugueros. Hermosa y amplia oquedad, apropiada para descansar y tomar un
tentempié antes de emprender el postrero esfuerzo que nos llevará hasta la
cumbre y queremos imaginar que, también antiguamente, apropiada para el refugio
de pastores que cuántas tardes pasarían aquí contemplando el verde valle y relatando
viejas historias de lobos.
Después del ligero descanso, con el radiante sol
refulgiendo en las cumbres y calentando nuestros cuerpos, realizamos un último
esfuerzo, trepando por los riscos y peñas y escalando la píndia pendiente hasta
alcanzar “la victoria”, la cumbre del Bodón.
Desde allí, con un cielo azul mar diáfano, el paisaje
se expande hacia todos los puntos cardinales. Contemplamos el Espigüete,
Brañacaballo , el Pico Agujas, el
Correcillas. Los valles del Curueño, Porma
y Esla que se rendían a nuestros pies, formando
una estampa de pequeños pueblos diseminados y
lejanos y bucólicos valles y Ana saboreó la cumbre que, en los calurosos
días del estío, sombrea su pueblo y su casa. ¡Ojala se contagie de la fiebre de las ascensiones!
Siguiendo los pasos de la subida, emprendimos la
bajada, reagrupados. Charlando y bromeando nos dejamos llevar por el sendero que se
dirige hacia el hayedo. Cobijados por su
refrescante sombra fuimos descendiendo, admirando el paisaje y las bermejas bayas otoñales de los arbustos que
embellecían el entorno. La mayoría del grupo en vez de bajar por la senda de la subida hacia
la pista principal, por intentar descender unos metros más adelante, nos
adentramos en una maraña de urces y zarzas de la que nos costó salir y que nos llevó a la
carretera que une Llamazares con Lugueros y por la que tuvimos que retroceder 1 Km , excepto Elisa y
Goyo que, como dos enamorados perdidos
en la sombra, recorrieron plácidamente el hayedo y desembocaron en la senda de la ida.
Reunidos todos de nuevo, incluso Elena, Chema y “H”
que se habían ido a visitar Redilluera,
nos aseamos y emprendimos viaje a
Lugueros donde saboreamos una
refrescante cerveza antes de ir a
comer a la “Venta del Aldeano”.
A las 15 horas, después de 5 h de esfuerzo, disfrutamos de una
copiosa y sabrosa comida que nos reconstituyó y animó a continuar con nuestras
expediciones.
C.
Felipe
No hay comentarios:
Publicar un comentario