Componentes de la expedición: Antonio, Mariví, Elisa, M. Ángel, Ángel, Julio, Cristina,
Clotilde, C. Felipe, Michele, Manuel, Amiga de Manuel.
El sábado 5 de
octubre, un día otoñal en el que el
relente matutino ya era fresco en la montaña,
pero que se preveía soleado y
agradable, nos dispusimos a perpetrar la
ascensión al pico El Huevo y El Faro, satisfechos de la respuesta obtenida a la
convocatoria.
Con el frescor de la mañana, iniciamos el recorrido desde un
abandonado mesón que hay subiendo al puerto de Vegarada. Cruzando el camino
hacia la izquierda, con la vista puesta en la horqueta que se advierte entre
dos amplias peñas, surcamos los senderos que serpean por entre los brezos
salpicados de tenues colores rojizos y los verdes prados regados por los
pequeños arroyos que forman el nacimiento del Curueño.
El recorrido, por la fértil vega que
proporciona copiosos pastos al ganado ovino y caballar que transita por ella
libremente, es cómodo y nos permite
admirar el variopinto colorido otoñal del valle que contrasta con la
luminosa blancura de las altas y peladas
rocas que a lo lejos se vislumbran.
Progresivamente subiendo, vamos abandonando los prados y nos acercamos a los primeros roqueros de piedras sueltas y resbaladizas que nos exigen mayor esfuerzo y concentración.
Situados a la falda de la brecha llamada “la puerta
del faro”, sorteamos, con verdadero esfuerzo, un empinado pedrero hasta
alcanzar la ventana de un maravilloso paisaje que, entre peñas y riscos, nos
muestra los esplendidos valles de Vegarada y del Curueño. Desde allí, podemos ver, ya muy
cerca, a la derecha el pico el Faro y a
la izquierda el pico el Huevo.
Tras una breve parada para el reagrupamiento, emprendimos la subida, en primer lugar, al pico el Huevo. Después de remontar un píndio repecho por terreno húmedo y pantanoso, nos encaminamos hacia a la izquierda y, por la gradual y continua pendiente de una cordada alcanzamos la cima del redondeado pico del Huevo.
Con la cruz de los conquistadores en la mano, nuestro guía nos fue señalando los altos picos que desde allí se contemplan: las más cercanas,La Fitona ,
la Morala y la Valerona , a lo lejos, el Macizo de Ubiña y también las Marías y ya
al sur las cumbres del Mediodía, el Peñacorada, el Espigüete, con las Peñas
Pintas y los Picos de Europa y los Mampodres…..
Los demás, boquiabiertos, pensábamos que algún día conseguiríamos distinguir alguno y nos asustamos pensando que, quizás, a alguno se le ocurriría que teníamos que coronarlos.
Tras una breve parada para el reagrupamiento, emprendimos la subida, en primer lugar, al pico el Huevo. Después de remontar un píndio repecho por terreno húmedo y pantanoso, nos encaminamos hacia a la izquierda y, por la gradual y continua pendiente de una cordada alcanzamos la cima del redondeado pico del Huevo.
Con la cruz de los conquistadores en la mano, nuestro guía nos fue señalando los altos picos que desde allí se contemplan: las más cercanas,
Los demás, boquiabiertos, pensábamos que algún día conseguiríamos distinguir alguno y nos asustamos pensando que, quizás, a alguno se le ocurriría que teníamos que coronarlos.
Como el Faro nos esperaba, hicimos la foto de nuestra primera victoria, Cristina dejó, en el buzón, nuestro primer mensaje, repusimos fuerzas con un ligero aperitivo, abordamos la bajada con la celeridad de los gamos y, sin pensárnoslo dos veces, abordamos, como si ya fuéramos expertos escaladores, la escalada del rocoso y arisco pico el Faro que divide la zona asturiana y la leonesa.
Animados por haber alcanzado las cimas el grupo en pleno, comenzamos a pensar en constituirnos como grupo estable de alta montaña y en bautizarnos con el nombre de uno de los picos hoy coronados.
Con las nubes amenazando por la vertiente asturiana,
realizamos el descenso por el mismo sendero que hicimos la subida, pero con la
suerte de poder observar el raudo descenso, por el pedrero, de un reducido
grupo de corzos que entre las rocas se
escondía.
Vadeando los arroyos del valle, admirando las tardías florecillas moradas y rojas que entre la hierba y el trébol descollaban, visitamos un chozo que sirvió de refugio en la guerra civil y llegamos al mesón abandonado de Vegarada donde habíamos dejado los coches.
Después de asearnos un poco, bebimos en Lugueros una refrescante cerveza y nos dirigimos a la “Venta del Aldeano”,
restaurante donde disfrutamos de una abundante y magnífica comida, coreada de
suculentos postres.
En la animada charla de la sobremesa, los esforzados
miembros del grupo propusieron nuevas expediciones y juzgaron que un nombre apropiado para el
“recién nacido” sería” EL FARO.
Como los días aún eran largos, en sesión vespertina, nos dio tiempo, a saludar a
la desenfadada cabellera de la emblemática cascada de Nocedo.
Satisfechos y decididos a continuar con la “loca” experiencia nos dirigimos a León.
Satisfechos y decididos a continuar con la “loca” experiencia nos dirigimos a León.
C.
Felipe
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