lunes, 12 de mayo de 2014

RUTA 4 CAÑÓN DEL TERA (SANABRIA) Fecha: 16-11-2013


·         ITINERARIO: RIBADELAGO (viejo) – CAÑÓN DEL TERA – ¿CUEVA DE SAN MARTÍN? -RIBADELAGO VIEJO.
·         ENTORNO NATURAL: Caracterizan el relieve las huellas dejadas por las distintas glaciaciones cuaternarias en las rocas cámbricas. Profundos barrancos, circos glaciares, morrenas y bloques erráticos son algunas de las muestras de la erosión producidas por el hielo. En el entorno del Parque Natural del Lago de Sanabria podemos encontrar hasta 40 lagunas de origen glaciar. Una vereda cada vez más desdibujada alcanza, tras descender unas escaleras naturales, la Poza de las Ninfas. Encontramos cascadas y pequeñas lagunas. En el ensanchamiento de la garganta se forma el valle de la cueva de San Martín.
·         PUNTO DE PARTIDA Y LLEGADA: GALENDE
·         HORA Y LUGAR DE ENCUENTRO: 9:45 h. en  de GALENDE.
·         DESNIVEL: 500 metros al cañón más 310 a la cueva.
·         DISTANCIA DESDE LEÓN: Km.
·         TIEMPO APROX. DEL RECORRIDO: 4 horas
·         TIPO DE SENDERO:   sendero
·         DIFICULTAD: MEDIA.
·         COMIDA: Ya veremos.

Componentes de la expedición: Antonio, Mariví, Goyo, Elisa, M. Ángel, C.Felipe, Nicole, Elena, Mª Luisa, Mª Eugenia

   
         A causa de la tempranera llegada del invierno, en previsión de nevadas en la sierra Norte, nos desplazamos hacia el Sur, confiados en que el otoño aún se mantenga en aquellas latitudes.

            Hoy ha sido preciso madrugar un poco más porque, antes de llegar al “Lago de Sanabría”, era necesario recorrer los 130  Km. Así que a las 7,30 h.  pusimos en marcha los coches para intentar llegar al punto de encuentro,  bar “D. Pepe”, a las 9,30 h. Conseguimos nuestro propósito, aunque la dueña del bar  nos desilusionó al comunicarnos que “arriba” había nevado por la noche y era  muy peligroso subir. Pero pensando que no podíamos quedarnos parados después del camino recorrido, nos dirigimos a Ribadelago el Viejo para intentar hacer la ruta propuesta “El cañón del Tera”.

         Después de un pequeño titubeo sobre el camino a seguir, abrigados todavía para protegernos del relente matutino, emprendimos el recorrido en un pequeño robledal al que el otoño adornaba con hojas multicolores: verde aceituna, marrón tierra, rojo crepúsculo, amarillo limón… y donde los viejos vestidos de los árboles, que impúdicos se desnudaban, empezaban a tapizar el camino  con una alfombra cobriza.  

         Siguiendo la vereda marcada, ascendiendo el curso del río, salvamos las primeras dificultades topográficas. Las peladas,  imponentes y resplandecientes rocas, huellas de las distintas glaciaciones cuaternarias, nos saludaban y el tibio sol otoñal comenzaba a hacer los primeros guiños y a caldear  nuestros cuerpos.



         Paso a paso, fuimos subiendo una rocosa escalera cuyos peldaños estaban constituidos por enormes y pulidas rocas engalanadas por ocasionales ramilletes amarillo limón.


         La policromada vegetación otoñal  de verdes, ocres y naranjas que brindaban los árboles, escobas y arbustos se hacía más evidente a medida que alcanzábamos más altura y llegábamos a las primera y silenciosa tacita de agua clara abrazada por protectoras rocas, la “poza de las ninfas”.






         
A partir de aquí, las rocas se iban cuarteando,  aparecían profundos barrancos, circos glaciales, bloques diseminados  que son muestra de la erosión que produjo el hielo y el ronco sonido del río, que culebreaba por entre las peñas, iba alentando nuestro escalonado  y fatigoso ascenso, aunque nos maravillaba  la energía y celeridad con la que Mª Luisa y Nicole, que por primera vez nos acompañaban, sorteaban las  quebradas peñas.






         Por detrás, M. Ángel venía entreteniendo a Elena para que ahuyentase sus escalonados vértigos y animándola en la  constante pero plácida ascensión.

         Cerca del punto de descanso, las peñas se distanciaron y  el franquear el río se hizo más embarazo porque había que saltar de una peña a otra peña para evitar  una penúltima zambullida. Con el apoyo solidario, superamos el imprevisto obstáculo y con un poco más de brío, despojados ya en muchos casos de las prendas que nos asfixiaban, continuamos la exigente ascensión que  marca el trazado del río.







         Al cabo de media hora, las peladas peñas se fueron adornando con un canoso y engominado peinado que obstaculizaba la subida y Peña Trevinca comenzó a exhalar un frío aliento, por lo que, aprovechando el abrigo de un pequeño y anaranjado robledal que se escondía en una pequeña hondonada, decidimos detenernos, tomar el aperitivo y desandar lo andando porque eran las 13,30 h. y la subida  era comprometida.




          En cadena, emprendimos el  descenso por las resbaladizas y peladas peñas y al llegar al embarazoso paso, nos esperamos para proporcionar apoyo al necesitado. Apoyo sí lo hubo, pero también fue inevitable, no sé si intencionada o fortuita, la inmersión de las botas de Elena y de Antonio  que, entre el regocijo general, se enlazaban en las rocas y  pugnaban por ver quién se daba el último chapuzón.



         Con la sonrisa  en nuestras caras, disfrutando del día y del paisaje, fuimos  llegando, con pequeños descansos, al punto de partida.



         Después de admirar, en Ribadelago el Viejo, la arquitectura popular y  los tristes recuerdos de la catástrofe del 9 de enero  1959, por la rotura de la presa que causó 144 muertos, nos refrescamos con la consabida cerveza y  fuimos a comer el famoso revuelto de setas y el típico chuletón de ternera sanabresa.

         Hacia las 5,30 de la tarde, nos dirigimos, bordeando el Lago de Sanabria, a San Martín del Castañeda donde visitamos, acompañados por la lluvia, su famoso monasterio de origen visigodo, destruido por los musulmanes y reconstruido en el S. X. Se conservan restos del S.XVI- XVII . En la actualidad, a parte de la iglesia que mantiene el culto, acoge el Centro de Interpretación de la Naturaleza del Parque Natural del Lago de Sanabria y un museo etnográfico en el que se pueden observar sarcófagos, imágenes religiosas, columnas,  antiguos  aparejos de artesanía textil…






        Para finalizar la jornada, cuando las adelantadas sombras crepusculares comenzaron a aflorar, nos marchamos a Puebla de Sanabria  y a la luz de perezosas farolas,  que proporcionaban un aura de intimidad al recinto,  recorrimos sus empedradas y desiertas calles, admiramos sus casas solariegas adornadas con prominentes balcones y galerías, algunas aún acicaladas con las rojas flores de los geranios. Visitamos el Castillo (S. XV), su recinto amurallado y los torreones cilíndricos de sus esquinas. Nos fijamos en la hermosa puerta de  la iglesia de Nª Señora del Azogue…….

         Antes de emprender el viaje de vuelta, para  quitar el frío y ahuyentar la posible somnolencia, tomamos un café calentito  y nos congratulamos del feliz día pasado en la vecina tierra zamorana.

¿Será posible subir hasta Peña Trevinca  al finalizar la primavera o en verano?



                                                                  C. Felipe

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