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ITINERARIO: RIBADELAGO (viejo) – CAÑÓN DEL TERA – ¿CUEVA DE SAN MARTÍN? -RIBADELAGO
VIEJO.
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ENTORNO NATURAL: Caracterizan el relieve
las huellas dejadas por las distintas glaciaciones cuaternarias en las rocas
cámbricas. Profundos barrancos, circos glaciares, morrenas y bloques erráticos
son algunas de las muestras de la erosión producidas por el hielo. En el
entorno del Parque Natural del Lago de Sanabria podemos encontrar hasta 40
lagunas de origen glaciar. Una vereda cada vez más desdibujada alcanza, tras
descender unas escaleras naturales, la
Poza de las Ninfas. Encontramos cascadas y pequeñas lagunas.
En el ensanchamiento de la garganta se forma el valle de la cueva de San
Martín.
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PUNTO DE PARTIDA Y LLEGADA: GALENDE
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HORA Y LUGAR DE ENCUENTRO: 9:45 h. en de GALENDE.
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DESNIVEL: 500 metros al cañón más 310 a la cueva.
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DISTANCIA DESDE LEÓN: Km.
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TIEMPO APROX. DEL RECORRIDO: 4 horas
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TIPO DE SENDERO: sendero
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DIFICULTAD: MEDIA.
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COMIDA: Ya veremos.
Componentes de la expedición: Antonio, Mariví, Goyo, Elisa, M. Ángel, C.Felipe,
Nicole, Elena, Mª Luisa, Mª Eugenia
A causa de la tempranera llegada del
invierno, en previsión de nevadas en la sierra Norte, nos desplazamos hacia el Sur,
confiados en que el otoño aún se mantenga en aquellas latitudes.
Hoy ha sido preciso madrugar un poco más porque, antes
de llegar al “Lago de Sanabría”, era necesario recorrer los 130 Km. Así que a las 7,30 h. pusimos en marcha los coches para intentar
llegar al punto de encuentro, bar “D.
Pepe”, a las 9,30 h. Conseguimos nuestro propósito, aunque la dueña del
bar nos desilusionó al comunicarnos que
“arriba” había nevado por la noche y era
muy peligroso subir. Pero pensando que no podíamos quedarnos parados
después del camino recorrido, nos dirigimos a Ribadelago el Viejo para intentar
hacer la ruta propuesta “El cañón del Tera”.
Después de un pequeño titubeo sobre el
camino a seguir, abrigados todavía para protegernos del relente matutino, emprendimos
el recorrido en un pequeño robledal al que el otoño adornaba con hojas
multicolores: verde aceituna, marrón tierra, rojo crepúsculo, amarillo limón… y
donde los viejos vestidos de los árboles, que impúdicos se desnudaban,
empezaban a tapizar el camino con una
alfombra cobriza.
Siguiendo la vereda marcada,
ascendiendo el curso del río, salvamos las primeras dificultades topográficas. Las
peladas, imponentes y resplandecientes
rocas, huellas de las distintas glaciaciones cuaternarias, nos saludaban y el
tibio sol otoñal comenzaba a hacer los primeros guiños y a caldear nuestros cuerpos.
Paso a paso, fuimos subiendo una rocosa
escalera cuyos peldaños estaban constituidos por enormes y pulidas rocas
engalanadas por ocasionales ramilletes amarillo limón.
La policromada vegetación otoñal de verdes, ocres y naranjas que brindaban los
árboles, escobas y arbustos se hacía más evidente a medida que alcanzábamos más
altura y llegábamos a las primera y silenciosa tacita de agua clara abrazada
por protectoras rocas, la “poza de las ninfas”.
A partir de aquí, las rocas se iban
cuarteando, aparecían profundos
barrancos, circos glaciales, bloques diseminados que son muestra de la erosión que produjo el
hielo y el ronco sonido del río, que
culebreaba por entre las peñas, iba alentando nuestro escalonado y fatigoso ascenso, aunque nos maravillaba la energía y celeridad con la que Mª Luisa y
Nicole, que por primera vez nos acompañaban, sorteaban las quebradas peñas.
Por detrás, M. Ángel venía
entreteniendo a Elena para que ahuyentase sus escalonados vértigos y animándola
en la constante pero plácida ascensión.
Cerca del punto de descanso, las peñas
se distanciaron y el franquear el río se
hizo más embarazo porque había que saltar de una peña a otra peña para
evitar una penúltima zambullida. Con el
apoyo solidario, superamos el imprevisto obstáculo y con un poco más de brío,
despojados ya en muchos casos de las prendas que nos asfixiaban, continuamos la
exigente ascensión que marca el trazado
del río.
Al cabo de media hora, las peladas
peñas se fueron adornando con un canoso y engominado peinado que obstaculizaba
la subida y Peña Trevinca comenzó a exhalar un frío aliento, por lo que,
aprovechando el abrigo de un pequeño y anaranjado robledal que se escondía en
una pequeña hondonada, decidimos detenernos, tomar el aperitivo y desandar lo
andando porque eran las 13,30 h. y la subida
era comprometida.
En cadena, emprendimos el descenso por las resbaladizas y peladas peñas
y al llegar al embarazoso paso, nos esperamos para proporcionar apoyo al
necesitado. Apoyo sí lo hubo, pero también fue inevitable, no sé si
intencionada o fortuita, la inmersión de las botas de Elena y de Antonio que, entre el regocijo general, se enlazaban
en las rocas y pugnaban por ver quién se
daba el último chapuzón.
Con la sonrisa en nuestras caras, disfrutando del día y del
paisaje, fuimos llegando, con pequeños
descansos, al punto de partida.
Después de admirar, en Ribadelago el Viejo,
la arquitectura popular y los tristes
recuerdos de la catástrofe del 9 de enero 1959, por la rotura de la presa que causó 144
muertos, nos refrescamos con la consabida cerveza y fuimos a comer el famoso revuelto de setas y
el típico chuletón de ternera sanabresa.
Hacia las 5,30 de la tarde, nos
dirigimos, bordeando el Lago de Sanabria, a San Martín del Castañeda donde
visitamos, acompañados por la lluvia, su famoso monasterio de origen visigodo,
destruido por los musulmanes y reconstruido en el S. X. Se conservan restos del
S.XVI- XVII . En la actualidad, a parte de la iglesia que mantiene el culto,
acoge el Centro de Interpretación de la Naturaleza del Parque Natural del Lago de
Sanabria y un museo etnográfico en el que se pueden observar sarcófagos,
imágenes religiosas, columnas,
antiguos aparejos de artesanía
textil…
Para finalizar la jornada, cuando las
adelantadas sombras crepusculares comenzaron a aflorar, nos marchamos a Puebla
de Sanabria y a la luz de perezosas
farolas, que proporcionaban un aura de
intimidad al recinto, recorrimos sus
empedradas y desiertas calles, admiramos sus casas solariegas adornadas con
prominentes balcones y galerías, algunas aún acicaladas con las rojas flores de
los geranios. Visitamos el Castillo (S. XV), su recinto amurallado y los torreones
cilíndricos de sus esquinas. Nos fijamos en la hermosa puerta de la iglesia de Nª Señora del Azogue…….
Antes de emprender el viaje de vuelta,
para quitar el frío y ahuyentar la
posible somnolencia, tomamos un café calentito y nos congratulamos del feliz día pasado en la
vecina tierra zamorana.
¿Será posible subir hasta Peña Trevinca al finalizar la primavera o en verano?
C.
Felipe
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