viernes, 25 de abril de 2014

RUTA 9 LA PEÑA MUEZCA Y EL PICO FONTAÑAN Fecha: 18-02-2014

Componentes de la expedición: Antonio, Mariví, Goyo, Elisa, M. Ángel, Julio, Cristina, Mª Eugenia,  Alfonso, C. Felipe, un perro vagabundo.


     El sábado 18 de enero de 2014, hastiados de las nefastas previsiones meteorológicas que los últimos fines de semana habían impedido nuestras subidas a la montaña, decidimos bajar un poco la cota de nuestras pretendidas ascensiones e, impacientes, nos arriesgamos a intentar subir el  “Fontañán”, cumbre  robledano-gordonesa que se levanta sobre el valle del Bernesga.


         Nada más llegar a Olleros de Alba y aparca los coches, nos saludó un alegre y juguetón perro, que adivinando nuestras intenciones, se ofreció a acompañarnos.



      

Tras la consabida foto de salida en la escasa pero aún incólume nieve, iniciamos la subida precedidos por el osado perro que,  con su color negro brillante, descollaba  en la nieve. Río arriba, siguiendo un camino inundado, llegamos y  contemplamos  la pequeña cascada del “salto” y nos adentramos, poco a poco, en la montaña que nos abría sus puertas flanqueadas por enormes jambas rocosas que, en las alturas, sinuosamente se contoneaban.


Con la subida, la nieve aumentaba en espesor y  nuestros protegidos pies arrugaban, desatentos, el níveo manto blanco.


Después de franquear una fuente, torcimos a la izquierda y, protegidos  por robles y urces  ataviados de blanco, seguimos la senda marcada. La ausencia de pendiente nos permitía ir agrupados, charlando animosamente y admirando la belleza del paisaje nevado.



Como la ruta estaba siendo demasiado cómoda, Antonio se encargó, como siempre, de endurecerla. Viramos, de nuevo, hacia la izquierda y, según íbamos cogiendo altura, la niebla nos fue envolviendo y unos mansos copos  que   descendían de  un cielo dolorido y resfriado empezaron a arroparnos  hasta que, gradualmente, alcanzamos la cima de la “Peña  Muezca (1651 m)



 El propósito de ver los vestigios de las fortificaciones de defensa del frente republicano durante la guerra civil del 36, se desbarató porque un espeso manto de nieve y una tupida niebla los ocultaba.

Después de husmear como ansiosos perros de caza, por los recónditos rincones de la montaña, localizamos, disimulada  por capa de nieve, la entrada a una galería que recorre la montaña y sirvió de refugio antiaéreo a los briosos soldados republicanos.  Como expertos espeleólogos y ciegos topos, ya que carecíamos de iluminación, atravesamos la cueva de norte a sur y, para compensar el esfuerzo, resguardados de la heladora ventisca, comimos un parco tentempié.



Antes de abandonar  la cima, saludamos a los  ingentes hitos de piedra que realzan el lugar y, cercados por la niebla, iniciamos la bajada del “Muezca” y la subida al “Fontañan” (1629 m)


De camino, nos topamos con un compacto bosquecillo de robles engalanados de un blancor refulgente a la tenue luz del perezoso sol que comenzaba a despertar y que nos permitió vislumbrar, en la lejanía, el pico que debíamos alcanzar.

             



Cresteando, nos encaminamos a la codiciada cumbre que si, en un principio, no parecía muy lejana, según íbamos avanzando más se iba alejando.

Hasta  a Alfonso, acreditado corredor de fondo, se le hizo eterna  la hora de ascensión.

Tocamos exhaustos la nueva cima nevada. La sempiterna nieve invernal, de nuevo, escondía los restos de las trincheras republicanas y sus “bunkers”, pero nos regalaba un hermoso paisaje y maravillosas vistas: La Robla, y  Pola de Gordón,… y, cortejadas por la niebla, se  entreveían  las ”Tres Marías”, el Fontún,  Correcillas…

Obligada foto de grupo en la cima, cobijados por el cielo azul mar, que contrastaba con el rutilante blancor de las peñas,  e ineludible descenso.


Acortando el camino todo lo posible,  atajamos por un níveo y silencioso valle, que seguía el curso de un rumoroso riachuelo. Al  vadear el riachuelo, para evitar las zonas anegadas, Julio tuvo, a consecuencia de una mala pisada, una liviana torcedura que le recordó su reciente operación.  Mientras hacíamos tiempo para que se recuperara, Goyo, instalándose en el peor  de los supuestos, consciente de que  no estábamos  protegidos por ningún seguro y no podíamos demandar la ayuda del “pájaro de acero”, propuso, como salida más expeditiva, “sacrificarlo in situ”  porque las fuerzas aprovechables de los efectivos del grupo eran exiguas para acarrear tan “ligero” homo sapiens. Gracias a la vertiginosa recuperación del  “chicarrón del norte”, cuya fortaleza está holgadamente acreditada, no tuvo Goyo que utilizar  el bastón como  “puntilla”.

Sin más infortunios, el valle nos llevó al camino que, a primera hora de la mañana, nos había guiado a la cumbre. Veloz bajada, sobre todo la de Goyo que, escudándose en la preparación física para la primaveral “maratón madrileña”, aunque creo que más bien era el miedo a las represalias, se alejó corriendo con el perro del grupo.

Cambio rápido de ropa y despedida del perro, fiel compañero de viaje, que con mirada triste seguía el desfile de coches y, con cara compungida, se lamentaba de convertirse, de nuevo, en un” invisible perro vagabundo”.

Comida y animada charla en la Magdalena, aunque ni la comida ni el lugar son recomendables. Café de sobremesa en Lorenzana y ánimos restaurados  hasta la próxima salida.


                                                                           C. Felipe

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