Componentes de la expedición: Antonio, Mariví, Goyo, Elisa, M. Ángel, Julio,
Cristina, Mª Eugenia, Alfonso, C.
Felipe, un perro vagabundo.
El sábado 18 de enero de 2014, hastiados de las nefastas previsiones meteorológicas que los últimos fines de semana habían impedido nuestras subidas a la montaña, decidimos bajar un poco la cota de nuestras pretendidas ascensiones e, impacientes, nos arriesgamos a intentar subir el “Fontañán”, cumbre robledano-gordonesa que se levanta sobre el valle del Bernesga.
Nada más llegar a Olleros de Alba y aparca los coches, nos saludó un alegre y juguetón perro, que adivinando nuestras intenciones, se ofreció a acompañarnos.
Tras la consabida foto de salida en la escasa pero aún
incólume nieve, iniciamos la subida precedidos por el osado perro que, con su color negro brillante, descollaba en la nieve. Río arriba, siguiendo un camino
inundado, llegamos y contemplamos la pequeña cascada del “salto” y nos adentramos,
poco a poco, en la montaña que nos abría sus puertas flanqueadas por enormes
jambas rocosas que, en las alturas, sinuosamente se contoneaban.
Con la subida, la nieve aumentaba en espesor y nuestros protegidos pies arrugaban,
desatentos, el níveo manto blanco.
Después de franquear una fuente, torcimos a la
izquierda y, protegidos por robles y
urces ataviados de blanco, seguimos la
senda marcada. La ausencia de pendiente nos permitía ir agrupados, charlando
animosamente y admirando la belleza del paisaje nevado.
Como la ruta estaba siendo demasiado cómoda, Antonio
se encargó, como siempre, de endurecerla. Viramos, de nuevo, hacia la izquierda
y, según íbamos cogiendo altura, la niebla nos fue envolviendo y unos mansos
copos que descendían de un cielo dolorido y resfriado empezaron a
arroparnos hasta que, gradualmente,
alcanzamos la cima de la “Peña Muezca (1651 m )
El propósito de ver los vestigios de
las fortificaciones de defensa del frente republicano durante la guerra civil
del 36, se desbarató porque un espeso manto de nieve y una tupida niebla los
ocultaba.
Después de husmear como ansiosos perros de caza, por
los recónditos rincones de la montaña, localizamos, disimulada por capa de nieve, la entrada a una galería
que recorre la montaña y sirvió de refugio antiaéreo a los briosos soldados
republicanos. Como expertos espeleólogos
y ciegos topos, ya que carecíamos de iluminación, atravesamos la cueva de norte
a sur y, para compensar el esfuerzo, resguardados de la heladora ventisca, comimos
un parco tentempié.
Antes de abandonar la cima, saludamos a los ingentes hitos de piedra que realzan el lugar
y, cercados por la niebla, iniciamos la bajada del “Muezca” y la subida al
“Fontañan” (1629 m )
De camino, nos topamos con un compacto bosquecillo de
robles engalanados de un blancor refulgente a la tenue luz del perezoso sol que
comenzaba a despertar y que nos permitió vislumbrar, en la lejanía, el pico que
debíamos alcanzar.
Cresteando, nos encaminamos a la codiciada cumbre que
si, en un principio, no parecía muy lejana, según íbamos avanzando más se iba
alejando.
Hasta a
Alfonso, acreditado corredor de fondo, se le hizo eterna la hora de ascensión.
Tocamos exhaustos la nueva cima nevada. La sempiterna
nieve invernal, de nuevo, escondía los restos de las trincheras republicanas y
sus “bunkers”, pero nos regalaba un hermoso paisaje y maravillosas vistas: La Robla , y Pola de Gordón,… y, cortejadas por la niebla,
se entreveían las ”Tres Marías”, el Fontún, Correcillas…
Obligada foto de grupo en la cima, cobijados por el
cielo azul mar, que contrastaba con el rutilante blancor de las peñas, e ineludible descenso.
Acortando el camino todo lo posible, atajamos por un níveo y silencioso valle, que
seguía el curso de un rumoroso riachuelo. Al
vadear el riachuelo, para evitar las zonas anegadas, Julio tuvo, a
consecuencia de una mala pisada, una liviana torcedura que le recordó su
reciente operación. Mientras hacíamos
tiempo para que se recuperara, Goyo, instalándose en el peor de los supuestos, consciente de que no estábamos
protegidos por ningún seguro y no podíamos demandar la ayuda del “pájaro
de acero”, propuso, como salida más expeditiva, “sacrificarlo in situ” porque las fuerzas aprovechables de los
efectivos del grupo eran exiguas para acarrear tan “ligero” homo sapiens. Gracias
a la vertiginosa recuperación del
“chicarrón del norte”, cuya fortaleza está holgadamente acreditada, no
tuvo Goyo que utilizar el bastón como “puntilla”.
Sin más infortunios, el valle nos llevó al camino que,
a primera hora de la mañana, nos había guiado a la cumbre. Veloz bajada, sobre
todo la de Goyo que, escudándose en la preparación física para la primaveral
“maratón madrileña”, aunque creo que más bien era el miedo a las represalias,
se alejó corriendo con el perro del grupo.
Cambio rápido de ropa y despedida del perro, fiel
compañero de viaje, que con mirada triste seguía el desfile de coches y, con
cara compungida, se lamentaba de convertirse, de nuevo, en un” invisible perro
vagabundo”.
Comida y animada charla en la Magdalena , aunque ni la
comida ni el lugar son recomendables. Café de sobremesa en Lorenzana y ánimos
restaurados hasta la próxima salida.
C.
Felipe
No hay comentarios:
Publicar un comentario