miércoles, 9 de abril de 2014

RUTA 14 EL BODÓN DE CÁRMENES O DE CANSECO Fecha: 5-04-2014





Componentes de la expedición: Antonio, Mariví, Goyo, Elisa, M. Ángel, Ángel, Cristina, Mª Eugenia, C. Felipe, Rocio, Fernando, la perrita “Trufa”
  

                   Deseosos de sacarnos la pequeña “espinita” que nuestro orgullo de novatos” montañeros tenía clavada: no haber conseguido coronar la cima del Bodón de Cármenes el día 30 de noviembre de 2013, nos dispusimos a sacárnosla hoy coronando esa reservada cima.

                   Aparcados los coches a la orilla de la carretera, en las hoces de Canseco, junto a uno de los antiguos y hermosos puentes de piedra que atraviesan el Torío antes de llegar al pueblo, nos ataviamos con el equipo imprescindible para la subida y “con algo más”, los crampones, esas fauces de cocodrilo que iban a impedir “un nuevo fracaso”.

                   Después de cruzar el puente, antes de iniciar la marcha, una breve y extemporánea llovizna nos dio la bienvenida, aunque fue olímpicamente ignorada por el grupo que ya seguía a Antonio y a “Trufa” por la orilla de una madrugadora y cantarina torrentera que descendía impetuosa.


                   Con sosiego, empezamos a ascender por la orilla abrupta y pantanosa, a la vez que observábamos los jóvenes brotes de los enebros y oíamos el lejano y nostálgico tañido de algún cencerro que predecía la perezosa primavera.

                   Sin apenas darnos cuenta, excepto por el calor que empezaba  a darnos la excesiva ropa de abrigo, llegamos a un extenso nevero que, parsimonioso, se diluía con las caricias de las delicadas centellas solares y amamantaba el naciente cauce de la torrentera que hasta el lugar nos había guiado.



                  Hollamos, durante un buen trecho, la llorosa  y rosácea nieve hasta alcanzar unos desamparados robles a las faldas de una empinada subida revestida por un  largo velo blanco. Allí “cogimos fuelle” mientras los expertos montañeros, Antonio y Mariví, enseñaban a los “novatos” a calzar los punzantes zapatos de estreno.



Animosos, aunque con los andares inestables y desacostumbrados de los bebés, nos enfrentamos a la pindia montaña.


Escalonadamente, cada uno a su ritmo, cogiendo confianza en los inusuales zuecos, subíamos zigzagueando, sin miedo a los resbalones, y sin importarnos la pendiente.



Ángel se olvidó del canguelo sufrido en la ascensión al “Peñacorada” y disfrutó tanto de sus chanclos dentados que no se los quitó ni en el descenso. Es más,  hasta los consideraba apropiados para caminar por el encerado y hogareño parquet y así evitar los consabidos patinazos.
  
Mª Eugenia, valerosa y resuelta, prescindió de la pegajosa escolta y cual liberada crisálida voló hasta la cumbre.


Todos, con los crampones calzados, cresteamos durante una hora la serranía del “ Mediodía” hasta que, ¡¡aleluya¡¡, alcanzamos la deseada cima.

Ligero receso para admirar y fotografiar las soberbias vistas y para reponer fuerzas con un merecido “tentempié”.



A las 13,30 se inicia el descenso.

Los tenues rayos del sol, que nos revitalizaban, y la deslizante nieve, que nos impelía, nos llevaron en un “abrir y cerrar de ojos” a la falda de la montaña. Sobre todo a Cristina que, como presta gacela, hizo un precipitado descenso, digno de una avezada gimnasta y de una incipiente corredora de las alturas. “Trufa”, envidiosa, la quiso seguir, pero la nostalgia de las cucamonas de sus rezagados dueños, la frenaron y, con la responsabilidad de una persona adulta, esperó su llegada.










Continuando por un desnudo y silencioso hayedo, para algunos ya conocido aunque, en aquella ocasión, estuviese ataviado de blanco y custodiado por un solitario y escurridizo zorro, nos encaminamos al punto de partida.

El silencioso descenso solamente era roto por el tenue murmullo de las efímeras conversaciones, por el chapoteo de las bruscas pisadas en la tierra pantanosa y por la melodiosa sinfonía del agua de las torrenteras que, veloces, buscaban el verde valle y al caudaloso río. Nuestros asombrados ojos añoraban el variopinto colorido otoñal de este hermoso hayedo.¡ En otoño nos veremos¡


A las 15 horas, aseados, en la medida de lo posible, y hambrientos nos dirigimos a Vegacervera, a la “Cocinona” donde “dimos buena cuenta” del cocido, de las alubias blancas, del cabrito guisado, del rabo de toro y de los dulces postres que, para comer, nos ofrecieron.

Relajada sobremesa para planificar las fechas de las próximas escapadas y breve viaje hasta S. feliz del Torío.

Como dicta la costumbre, café de despedida, bueno, en esta ocasión, gim-tonics de despedida, ya que celebraba M. Ángel su cumpleaños y, espléndido, nos invitó. Como la noche aún se demoraba, nos dio tiempo a hacer una nueva “porra” para el partido Atl. Madrid- Barça, ya que la anterior “porra” del  Madrid- Barça nadie la acertó.


Besos y efusivos deseos de unas “felices vacaciones de Semana Santa”. A “matar muchos judíos”


C. Felipe

3 comentarios:

  1. Muy acertada la idea de ilustrar con fotos la "retórica"(Félix dixit) narración que, esta vez sí, es más "cañera" que de costumbre. La mejor!
    Antonio y Mariví

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  2. me alegro de que os guste... para eso los fotógrafos tienen que estar avispados para sacar buenas fotos y que nos "cuadren" con las crónicas. cris

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