Componentes de la expedición: Antonio, Mariví, Goyo, Elisa, M. Ángel, Ángel, Cristina, Mª Eugenia, C. Felipe, Rocio, Fernando, la perrita “Trufa”
Deseosos de sacarnos la pequeña “espinita” que nuestro
orgullo de novatos” montañeros tenía clavada: no haber conseguido coronar la
cima del Bodón de Cármenes el día 30 de noviembre de 2013, nos dispusimos a
sacárnosla hoy coronando esa reservada cima.
Aparcados los coches a la
orilla de la carretera, en las hoces de Canseco, junto a uno de los antiguos y
hermosos puentes de piedra que atraviesan el Torío antes de llegar al pueblo,
nos ataviamos con el equipo imprescindible para la subida y “con algo más”, los
crampones, esas fauces de cocodrilo que iban a impedir “un nuevo fracaso”.
Después de cruzar el puente,
antes de iniciar la marcha, una breve y extemporánea llovizna nos dio la
bienvenida, aunque fue olímpicamente ignorada por el grupo que ya seguía a
Antonio y a “Trufa” por la orilla de una madrugadora y cantarina torrentera que
descendía impetuosa.
Con sosiego, empezamos a
ascender por la orilla abrupta y pantanosa, a la vez que observábamos los
jóvenes brotes de los enebros y oíamos el lejano y nostálgico tañido de algún
cencerro que predecía la perezosa primavera.
Sin apenas darnos cuenta,
excepto por el calor que empezaba a
darnos la excesiva ropa de abrigo, llegamos a un extenso nevero que,
parsimonioso, se diluía con las caricias de las delicadas centellas solares y
amamantaba el naciente cauce de la torrentera que hasta el lugar nos había
guiado.
Hollamos, durante un buen
trecho, la llorosa y rosácea nieve hasta
alcanzar unos desamparados robles a las faldas de una empinada subida revestida
por un largo velo blanco. Allí “cogimos
fuelle” mientras los expertos montañeros, Antonio y Mariví, enseñaban a los
“novatos” a calzar los punzantes zapatos de estreno.
Animosos, aunque con los andares
inestables y desacostumbrados de los bebés, nos enfrentamos a la pindia
montaña.
Escalonadamente, cada uno a su ritmo, cogiendo confianza en los inusuales zuecos, subíamos zigzagueando, sin miedo a los resbalones, y sin importarnos la pendiente.
Ángel se olvidó del canguelo sufrido en
la ascensión al “Peñacorada” y disfrutó tanto de sus chanclos dentados que no
se los quitó ni en el descenso. Es más,
hasta los consideraba apropiados para caminar por el encerado y hogareño
parquet y así evitar los consabidos patinazos.
Mª Eugenia, valerosa y resuelta,
prescindió de la pegajosa escolta y cual liberada crisálida voló hasta la
cumbre.
Todos, con los crampones calzados,
cresteamos durante una hora la serranía del “ Mediodía” hasta que, ¡¡aleluya¡¡,
alcanzamos la deseada cima.
Ligero receso para admirar y fotografiar
las soberbias vistas y para reponer fuerzas con un merecido “tentempié”.
A las 13,30 se inicia el descenso.
Los tenues rayos del sol, que nos
revitalizaban, y la deslizante nieve, que nos impelía, nos llevaron en un
“abrir y cerrar de ojos” a la falda de la montaña. Sobre todo a Cristina que,
como presta gacela, hizo un precipitado descenso, digno de una avezada gimnasta
y de una incipiente corredora de las alturas. “Trufa”, envidiosa, la quiso
seguir, pero la nostalgia de las cucamonas de sus rezagados dueños, la frenaron
y, con la responsabilidad de una persona adulta, esperó su llegada.
Continuando por un desnudo y silencioso
hayedo, para algunos ya conocido aunque, en aquella ocasión, estuviese ataviado
de blanco y custodiado por un solitario y escurridizo zorro, nos encaminamos al
punto de partida.
El silencioso descenso solamente era
roto por el tenue murmullo de las efímeras conversaciones, por el chapoteo de
las bruscas pisadas en la tierra pantanosa y por la melodiosa sinfonía del agua
de las torrenteras que, veloces, buscaban el verde valle y al caudaloso río.
Nuestros asombrados ojos añoraban el variopinto colorido otoñal de este hermoso
hayedo.¡ En otoño nos veremos¡
A las 15 horas, aseados, en la medida de
lo posible, y hambrientos nos dirigimos a Vegacervera, a la “Cocinona” donde
“dimos buena cuenta” del cocido, de las alubias blancas, del cabrito guisado,
del rabo de toro y de los dulces postres que, para comer, nos ofrecieron.
Relajada sobremesa para planificar las
fechas de las próximas escapadas y breve viaje hasta S. feliz del Torío.
Como dicta la costumbre, café de
despedida, bueno, en esta ocasión, gim-tonics de despedida, ya que celebraba M.
Ángel su cumpleaños y, espléndido, nos invitó. Como la noche aún se demoraba,
nos dio tiempo a hacer una nueva “porra” para el partido Atl. Madrid- Barça, ya
que la anterior “porra” del Madrid-
Barça nadie la acertó.
Besos y efusivos deseos de unas “felices
vacaciones de Semana Santa”. A “matar muchos judíos”
C. Felipe
Muy acertada la idea de ilustrar con fotos la "retórica"(Félix dixit) narración que, esta vez sí, es más "cañera" que de costumbre. La mejor!
ResponderEliminarAntonio y Mariví
me alegro de que os guste... para eso los fotógrafos tienen que estar avispados para sacar buenas fotos y que nos "cuadren" con las crónicas. cris
ResponderEliminar¡Ole, ole y ole!
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