Componentes de la expedición: Antonio, Mariví, Goyo, Elisa, M. Ángel, Ángel, Cristina, Mª Eugenia, Mª Luisa,C. Felipe, Rocio, Fernando, la perrita “Trufa”
En una luminosa mañana que anticipaba la primavera,
con el tibio sol tiñendo de púrpura las piedras de las robustas torres del
Santuario de la Virgen
de la Velilla ,
entonamos los adormecidos cuerpos con el sabroso y calentito café aportado por
Elisa y, anticipándonos al más que probable desgaste de calorías, acumulamos
unas pocas saboreando el contundente “brioche” que nos ofreció Mª Eugenia.
Más ligeros de ropa que de costumbre ya
que el día prometía dar un respiro al frío y a la nieve de jornadas anteriores,
a las 9,30 iniciamos la marcha guiados por la risueña, inquieta y cariñosa
“trufa” que, en esta ocasión, acompañaba a Fernando y Rocío que, por primera
vez, compartían nuestra arriesgada aventura.
Después de 2 Km . de senderismo ascendente
por una pista de tierra rojiza, moteada de diseminadas y acuosas máculas
blancas, nos aproximamos a la suntuosa montaña.
El brío con el que pretendíamos iniciar
la subida se desmayó porque, en contra de lo previsto, la reluciente nieve,
desatenta, plateaba la ascensión norte y el sol hacía brillar los cristales
sembrados, descuidadamente, entre las urces y los desamparados robles.
Nuestro seguro y precavido guía,
Antonio, decidió continuar por la pista un trecho más, hasta vislumbrar un
ascenso más triste y sombreado, pero más seguro, ya que la mayoría no
llevábamos los “crampones” necesarios para atravesar la plateada pista de
patinaje que habíamos admirado.
Siguiendo las sinfónicas y claras aguas
de una torrentera, iniciamos el ascenso. El grupo, progresivamente, se fue
disgregando y cada uno, al ritmo de sus fuerzas, vencía la complicada
ascensión. Hacia la mitad de la subida, se manifestó, de nuevo, la cumbre
nevosa, adornada por un manto
resbaladizo que hizo extremar las precauciones y aflojar el paso.
Unos apoyando a otros/as, Goyo tomó el
relevo, en esta ocasión, a M. Angel, constante y fiel “ángel de la guarda” de los desamparados e
inseguros, fuimos sorteando, con pies de plomo, la peligrosa ascensión como
eslabones de una larga y férrea cadena.
Ángel fue la excepción ya que, como
eslabón perdido, subió, por una mala indicación, solo y angustiado el “monte
Calvario”, aunque no reparó que lo custodiaba Rocío con sus seguros “crampones”.
¡Qué pena , Ángel, que Antonio y
Fernando, después del inusitado esfuerzo de bajar y volver a subir, no encontrasen
tus gafas de sol.¡ Pero, “al mal tiempo buena cara”, como tú con tu
característico buen humor contestaste: - ¡Pronto es el día del padre¡
Un corto descanso para reponerse del
susto y continúa el cresteo hacia la cima, ahora sí, sin el peligro de la nieve
helada. Después de una hora más de ascenso, hicimos cumbre a las 13,30.
Sin mucho tiempo para admirar y fotografiar las bellas vistas que la altura
nos proporcionaba, iniciamos el descenso ya que llevábamos un considerable
retraso.
Con el fin de evitar el resbaladizo hielo, comenzamos
el descenso por la vertiente contraria. La cima
también estaba cubierta de nieve,
lo que motivó que la bajada fuese rápida y deslizante sobre todo para
Mariví y Goyo que, cual eufóricos y hábiles patinadores, se dejaron deslizar
por la reblandecida nieve y, adelantándose al grupo, giraron hacia la
izquierda. El resto del grupo intentó seguir su vertiginoso descenso pero, ante
el peligro del hielo, aconsejado por el
cauto Antonio, realizó el descenso por la derecha, la vertiente sur que,
caldeada por el sol, estaba expedita de nieve.
Sorteando urces e inseguros canchales de movedizos
guijarros, conseguimos pisar la mullida hierba de un desconocido valle que, a
través de un joven robledal, nos condujo a una senda marcada que, nos llevó, después de recavar información de
un conductor de “quads”, a los pies del Santuario de la Virgen de la Velilla. Eran las
16,15 h y la circunvalación dada al “Peñacorada” nos había supuesto 2 horas más
del tiempo previsto.
¡Razón tenía Mª
Eugenia cuando, al comenzar, sostenía que el recorrido, según su Internet, era
de 7 horas¡
Goyo y Mariví, que habían llegado una hora antes, nos
esperaban, descansados, al borde de una fresca fuente que sació nuestra sed y
limpió nuestro sudor.
Sonrisas, bromas, remojón en la fuente, exhibición de
camisetas con el “logo” del club y breve viaje al restaurante “ElVasco” en
Puente Almuey ¿ le quedará comida?. La llamada del previsor “intendente” M.
Ángel había dado su fruto. A las 5 en punto de la tarde..., eran las 5 en todos
los relojes…., nos sentamos en la mesa dispuesta
y saciamos nuestro acuciante apetito, eso sí, sin olvidarnos de agradecer al
camarero y a la cocinera su espera y amabilidad.
Con el sol aún centelleando en el cielo, nos dirigimos
a S. Martín de Valdetuejar y, pausadamente, visitamos, por fuera y por dentro,
la iglesia románica de San Martín del S. XII. Ángel tuvo tiempo de dar las
gracias al Santo, en latín, por haberle preservado la vida esta mañana y Felipe de arrepentirse de todas las
“mentiras” contadas en las crónicas, ante Mariví que, haciendo uso del
confesionario, administraba el “sacramento” de la confesión.
Mientras el sol pintaba sus labios de carmesí
esperando a la luna y las aguas del río entonaban sus melodías soslayando las
molestas piedras que entorpecían su cauce, nos despedimos del valle de Tuejar
y, con la alegría de haber alcanzado una “nueva” cumbre, emprendimos el
regreso.
C.
felipe
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