Componentes de la expedición: Antonio, Mª Eugenia, Goyo, Elisa, M. Ángel, Julio, C.
Felipe
En una fría mañana de diciembre, con algunos compañeros/as ausentes
pues ya tenían los pies puestos en
los estribos para irse de vacaciones
navideñas, iniciamos a las 9,30 h, en Canseco, la preparación para ascender al
Bodón de Cármenes.
Aunque
las calles del desierto pueblo
y las laderas de las montañas se veían
cubiertas por un ligero y suave manto blanco, no creímos que esto fuese un grave inconveniente para
nuestra osada empresa.
Después de recibir el saludo de los
colosales y temibles perros mastines que acompañaban a un madrugador y quejoso rebaño, recorrimos,
aproximadamente, 1Km. del camino que
transita el dócil ganado que sube a los pastos y, por la primera canal que encontramos en la montaña, nos adentramos
en dirección a la cumbre siguiendo la sudorosa silueta de una torrentera que,
impaciente, por ella discurría.
Sorteando la frescura del agua por las resbaladizas piedras, escalonadamente, íbamos remontando la ladera y hundiéndonos, poco a poco, en la cada vez más copiosa nieve.
Los pies se hundían en el húmedo polvo blanco y los
bastones, torpes, se negaban a avanzar, pero, con agotador esfuerzo, aprovechando la huella
del predecesor y asiéndonos a los casi ocultos matorrales intentábamos seguir
los pasos de Antonio y Elisa que encabezaban la cordada.
Protegidos por un cielo gris ceniza, nos fuimos
acercando a las negras y escarpadas
rocas que se asomaban su cara por encima de la sábana blanca y, conforme las
íbamos alcanzando, la esponjosa nieve se iba endureciendo y las anteriores
hendiduras se fueron transformando en sutiles resbalones que retrotraían los
pasos dados.
Por más que intentábamos lacerar la blanca capa para
que la pisada fuera estable, esta se resistía como coraza de tortuga. Hubo un
momento en el grupo semejaba, en la
inclinada ladera, a un grupo de esquiadores, sosteniéndose, con los bastones en
posición inversa a la de impulso.
Al abrigo de unas abultadas peñas que nos resguardaban
del intenso frío y del peligro de
despeñamiento, tomamos un rápido tentempié e iniciamos el descenso dirigido
nuestros, cada vez más seguros pasos, hacia un hayedo que facilitaría la
bajada.
Si el potencial
peligro había erizado nuestro ánimo, el radiante blancor del valle, con su
misterioso silencio solamente quebrado por la rumorosa corriente de la
torrentera, nos serenó y permitió disfrutar de una sosegada paz y de un
excepcional paisaje que compensó todo el
esfuerzo y la desazón sufrida.
Las desnudas hayas exhibían sus escuálidos brazos y
fornidos troncos a los curioso e inesperados visitantes y proporcionaban la pincelada precisa de mate a aquel cuadro
de luz.
Siguiendo un señalado camino, nos fuimos acercando al río y, a lo lejos,
ajeno al frío, al ruido y al hambre observamos, en medio de un nevado prado, a
un astuto zorro disfrutar del silencio y de la nieve.
Atravesando uno de los antiguos puentes de piedra que
se elevan sobre el río, llegamos a la hoces de Canseco y, después de un ligero
paseo por la carretera, arribamos al pueblo donde nos esperaban los coches.
Despojados de las humedecidas prendas de la subida,
breve camino hasta Vegacervera, allí, siguiendo la saludable costumbre
instaurada, comida, en familia, en el
acogedor comedor de la “Posada Real Chousa Verde”. Rica comida casera, amena
charla y, con la promesa de coronar el Bodón de Cármenes, efusivos deseos de
unas
¡¡ FELICES NAVIDADES¡¡
C.
Felipe
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